Orígenes e Historia
Origen histórico de las Fiestas de la Virgen. Antecedentes y evolución histórica.
Las Fiestas de la Virgen del Castillo de Yecla constituyen un ejercicio de un Alarde de Armas que tiene su origen en las fuerzas municipales o milicias que permanecieron activas desde el siglo XVI hasta la segunda mitad del siglo XVIII, constituyéndose como un servicio de armas de carácter temporal para con la comunidad municipal y como representación de la individualidad municipal frente al poder real. En este momento histórico debemos encuadrar la milicia yeclana encomendada al Capitán Martín Soriano Zaplana y que fue convocada en el mes de junio de 1642 para la campaña de la Guerra de Cataluña, siendo el origen histórico de nuestro alarde.
El Alarde de Armas que conservamos se lleva a cabo bajo un advocación religiosa tal y como se hacían en el siglo XVI y posiblemente antes. Los tipos organizativos clásicos concuerdan a la perfección con el ritual municipal de afirmación ciudadana, superioridad del ayuntamiento, entrega de insignias, formación de la compañía, celebración del alarde y disolución de la soldadesca. A diferencia del caso belga, en Yecla no ha pervivido solo una parte de la organización urbana, sino que se ha mantenido el conjunto de esa organización, en un caso a la vez único y extraordinario.
Los alardes celebrados en Yecla se deben inscribir en la Alta Edad Moderna en el modelo general del alarde desarrollado en Castilla. Los alardes de compañía se adecuaron a ese modelo. Lo que sucedió con la expedición del Capitán Martín Soriano Zaplana no fue especialmente novedoso.
Sin embargo, con posterioridad el ritual empleado se fijó al incorporarse al alarde de forma progresiva una acción de gracias religiosa y adoptar un sentido dramático y místico de representación estable de un acto pretérito.
A diferencia de otras localidades, en Yecla la incorporación de lo cívico a lo religioso no significó la desaparición de lo primero, sino su preservación, ya que ante las medidas represivas de Carlos III, los yeclanos adujeron que el uso de la pólvora ya no tenía un sentido político sino que era un gusto arcaico puramente festivo (como botón de muestra: la utilización de arcabuces de mecha frente a los fusiles de chispa ya generalizados entonces). De esta manera y de forma no premeditada se pudo conservar casi exclusivamente en Yecla un patrimonio que no sólo es propio de esta villa, sino que consiste en una pervivencia directa de los rituales urbanos cívico-religiosos del Antiguo Régimen en un estado de pureza extraordinario.
Debemos de tomar conciencia del valor histórico que entraña la conservación de este alarde de armas que quedó fosilizado gracias a la imbricación con otra forma de celebración festiva de corte eminentemente religioso.
Para conocer mas en profundidad el origen y devenir del Alarde de Armas celebrado en la ciudad de Yecla, vamos a utilizar parte del prólogo que el doctor en Historia y Cronista Oficial de Yecla, D. Miguel Ortuño Palao, realizó en su día a las llamadas “Ordenanzas” de las Fiestas que es un documento dividido en la actualidad en 209 artículos donde se regula en devenir de la celebración de las mismas y que garantizan, con su cumplimiento, el gran valor patrimonial de las mismas ya que describen cómo han de ser los componentes y cómo han de desarrollarse todos los actos de las Fiestas, al igual que se desarrollaban hace ya más de tres siglos y medio. La evolución de los acontecimientos, como decíamos anteriormente, fue tal y como sigue:
La entonces Villa de Yecla, como los otros lugares de España, estaba obligada a que sus hombres tuvieran que empuñar sus mosquetes y arcabuces y formar Compañías cuando el rey lo requería, bien por motivo de guerra, bien por peligro inminente. La ocasión más común solía ser la defensa de las costas mediterráneas ante los ataques berberiscos, por lo que, durante muchas décadas y aún siglos, se siguió creyendo que nuestras fiestas habían surgido como recuerdo de uno de estos ataques.
Pero en su origen no hay moros, ni piratas, ni aún derramamiento de sangre. Fue una causa muy noble la que llevó a una compañía de yeclanos, dirigidos por el capitán Martín Soriano Zaplana, a partir para la guerra. Se trataba de salvaguardar la unidad e integridad de la Patria, atacada cuando una parte de España fue invadida por tropas francesas.
A la llamada «Guerra de Cataluña» marchan el 17 de julio de 1642 sesenta y un yeclanos, elegidos por los alcaldes ordinarios Juan Soriano de Amaya y Juan de los Ríos Moreno. El puesto de guarnición se fija en las tierras castellonenses de Vinaroz, concretamente en la ermita de San Sebastián. El desarrollo favorable de la contienda facilita que no tengan que ir a puestos de vanguardia y que, tras medio año de acuartelamiento, regresen todos, sin ninguna baja.
El sentimiento religioso de aquellos yeclanos les impelió, como actitud de agradecimiento por lo incruento de su expedición, a subir al santuario del Castillo, en donde se daba culto a Nuestra Señora de la Encarnación, que ya era conocida con el nombre de Virgen del Castillo. Y no se contentan con repetir esta súplica de gratitud, sino que todos los años bajan a la Patrona, para tenerla durante unos días en la Iglesia Vieja, entonces Parroquia de la Asunción.
En 1691, para mejor organizar este rito, espontáneo aunque repetido, se funda la Cofradía de la Purísima, una de cuyas primeras actuaciones fue adquirir una imagen, similar a la actual, obra de un franciscano desconocido.
Estas periódicas bajadas de la Virgen desde su santuario hasta el templo parroquial siempre iban acompañadas de arcabuces, más no tenían fecha fija y lo mismo lo celebraban en diciembre que en enero o, incluso, en agosto.
Con motivo de la guerra de Sucesión, en los albores del XVIII, estas fiestas consuetudinarias conocen su primera regulación, consistente en una fijación de fechas. Se van a celebrar ya siempre en el mes de diciembre. Veamos cómo.
En el Ayuntamiento, el 19 de diciembre de 1710, presidido por Juan Caxa de Mora y Robles, se recibe la buena noticia de que el rey Felipe V había vencido en la batalla de Villaviciosa y, en consecuencia, se acuerda que el próximo 16 de enero, festividad de San Fulgencio, «se baje de la ermita del Castillo de esta Villa a Nuestra Señora de la Concepción y se coloque en la Iglesia Parroquial, donde se celebren cuatro misas cantadas, teniendo delante al Santísimo Sacramento, previniendo para cada día su sermón». Se cumplimentó así, pero meses más tarde, el 10 de abril de 1711, siendo alcalde Juan Soriano Vicente y Cobos, se recibe la Orden real de que, para conmemorar el triunfo de Villaviciosa, hagan los pueblos españoles una fiesta en el domingo siguiente al de la Concepción todos los años.
Esto es lo que origina que, desde ese año de 1711, la fiesta se regule en el sentido de bajar a la Virgen el día 7 de diciembre y de subirla al domingo inmediato a la advocación de la Inmaculada.
Se producen en este siglo tres notas más, incorporadas a la fiesta: en 1739, la colocación de la imagen en un trono; en 1757, la imposición de una corona con la forma de la actual, y, en 1793, la obligación de que la Virgen esté en el pueblo por lo menos nueve días, para que reciba el culto de un novenario, ateniéndose al que había escrito Diego José de la Encina.
Pero la gran obra de este siglo es lo que llamamos Ordenanzas. Dígase, antes de nada, que el término de «Ordenanzas» se emplea por vez primera en el XIX, ya que en el XVIII sólo se habla de «normas» o de «capítulos», y que no forman un texto único, sino una serie de disposiciones legales -todas del mismo año, de 1786-, las cuales son la primera manifestación escrita, de carácter obligatorio, referida a la actuación de la soldadesca.
Hasta 1786 la fiesta era sólo costumbre y tradición. Desde 1786 la fiesta queda «ordenada» de modo positivo por la autoridad. Es una prueba y una manifestación del espíritu legislador y reglamentista de la época dieciochesca.
La fiesta, que había nacido en el esplendor del Barroco, se configura y delimita durante la Ilustración.
Estas primeras ordenanzas surgen debido a que unos años antes, por orden del entonces rey de España Carlos III y propiciado por los famosos “Motines de Esquilache” entre otras cosas, se prohíbe el uso de la pólvora en todo el reino, incluso para la realización de fiestas y/o alardes cívico-religiosos. Este hecho, induce a los Mayordomos de ese año y a “algunos particulares devotos” a realizar una súplica al rey para que autorice el uso de la pólvora en las Fiestas de Yecla en honor a la Purísima Concepción que se celebran en tiempo y forma según se especifica en un documento que también adjuntan dicha súplica y que está compuesto por un total de nueve “normas” o “capítulos” en los que se describe el modo de proceder, los actos a realizar e incluso los días de celebración de la fiesta. Este documento es el que se conoce como las “Ordenanzas” de 1786 donde se describe la fiesta tal y como se venía realizando “desde tiempos inmemoriales” habiendo llegado hasta nuestros días sin cambio apreciable alguno, lo cual otorga a estas fiestas un valor patrimonial extraordinario, traspasando las meras fronteras locales en su importancia y dimensión histórica de conservación de Alardes de Armas.
Todas estas normas reseñadas son, hay que repetirlo, las célebres Ordenanzas de 1786. En ellas, esquemáticamente, está lo mismo que ahora se celebra. Allí se habla del beneplácito del día 5, de la invitación del 6, de la alborada, bajada y salve del 7, de la función y procesión del 8, de la subida al Castillo y hasta de la entrega de insignias. En esos textos aparecen las figuras de los dos Mayordomos (uno como capitán y otro como alférez), de los Clavarios, Oficiales Ayudantes y Sargentos. Se menciona a la Compañía y a las Escuadras, a la soldadesca y a la vanguardia, centro y retaguardia de su formación, y hasta la colación que había de recibir en las puertas de las casas de los Mayordomos, o la salva -lo que conocemos por arcas cerradas-junto al convento de San Francisco.
Orgullosa puede estar Yecla de saber que el ceremonial actual es, aparte pequeños detalles o añadidos, el mismo que nuestros antepasados celebraban hace ya dos siglos y aun más, porque las Ordenanzas dicen que recogen lo que «de tiempo inmemorial» ya existía. La Asociación de Mayordomos es la entidad depositaria del deber de custodiar y conservar este innegable patrimonio cultural.
Pocos años después se recibe un documento firmado por el rey Carlos III autorizando el uso del “arcabuz con pólvora sola” únicamente para la celebración de esta fiesta y en los días establecidos en las “Ordenanzas” para ello, debiendo obtener siempre la autorización de la “primera autoridad de la Villa” para la celebración de cada año.
Conservando lo establecido y manteniendo una pauta fija, en este siglo se agregan o perfilan algunos aspectos que se creyeron convenientes.
En 1859 se señala que, «para evitar etiquetas», la función del día de la subida se reserve para siempre al Ayuntamiento. Y en 1870 se instaura la devoción de la Felicitación Sabatina en el Santuario, con la intención de que la Patrona recibiera un homenaje semanal de los yeclanos.
Hay, con todo, tres aspectos en este siglo que conviene que reseñemos:
1. Al inaugurarse el 30 de noviembre de 1868 la Iglesia Nueva o de la Purísima, se determina que, a partir de ese año, la Virgen se hospede en dicha Basílica Parroquial, cambiándose el recorrido de la procesión, que será siempre por las mismas calles, con el itinerario actual. Y en el día de la bajada, como recuerdo de su estancia durante más de dos siglos, la imagen atravesará las naves góticas de la Iglesia Vieja, aclamada con los acordes del Himno Nacional.
2. El cura-obispo Antonio Ibáñez Galiano, estimando el volumen alcanzado por la fiesta, cree preciso que ésta no dependa exclusivamente de la voluntad de los Mayordomos, y crea dos instituciones: el 5 de diciembre de 1868 la Cofradía de la Purísima Concepción, encargada de los actos culturales, y el 30 de noviembre de 1879 la Junta de Ex-Mayordomos, para decidir sobre el procedimiento de elección de los Clavarios y sobre otros aspectos, como tal vez, la designación de los pajes.
3. El tesón del alcalde Epifanio Ibáñez Alonso traza y lleva a fin el camino en zig-zag que conduce a la ermita. Esto implica una mejora importante del santuario. Y así en 1886 se inaugura la explanada y, a expensas de Antonio Palao Azorín, se construye el camarín; ambas realizaciones son obra del arquitecto Justo Millán Espinosa. En torno a esta fecha hay dos aportaciones: el año anterior la Virgen es llevada, no en andas como era costumbre en la procesión, sino en carroza, construida por el afamado artesano José Mora Parra; en el año siguiente la Patrona luce un espléndido manto azul y una valiosa corona de oro.
El siglo pasado fue testigo de un auge sin precedentes en la fiesta, no obstante los muchos y dolorosos avatares conocidos. En 1927 se compone el «Himno de la Virgen del Castillo», con letra de José Martínez del Portal y música de Juan Javier Ortuño; es la canción por excelencia de todo yeclano.
Un lugar de honor ha de ocupar en esta reseña histórica el párroco arcipreste José Esteban Díaz. A él se debe, el 6 de noviembre de 1932, la constitución formal de la actual Asociación de Mayordomos de la Purísima Concepción, a la que pueden pertenecer todos los hombres devotos, aún cuando no aspiren a la mayordomía ni disparen en las escuadras. A él se debe la idea de la Coronación Canónica, la nueva imagen de la Virgen, talla de Miguel Torregrosa y copia exacta de la antigua, y la reconstrucción del santuario del Castillo, tras los tristes sucesos del 36.
El deseo de Yecla entera se vio colmado el 7 de diciembre de 1954. Por decisión del Papa Pío XII, la Virgen del Castillo fue coronada canónicamente por el Obispo Ramón Sanahuja Mareé. Era párroco de la Purísima Manuel Pereira Navarro y alcalde de la ciudad Ricardo Tomás y Soriano.
A partir de entonces, el arraigo de las fiestas en la conciencia del pueblo yeclano ha adquirido un insuperable fervor, un entusiasmo que no cede. Nuevas realidades han fructificado: la ofrenda floral de hombres y mujeres, en la tarde del 7 de diciembre; la actividad de cada una de las escuadras, con sus actos e iniciativas; las romerías de mayo y los actos culturales de noviembre; la instauración del pregón, en vísperas de los festejos, etc.